martes, 5 de julio de 2016

La musiquita invisible

Cuando se apaga la
musiquita invisible
se termina el baile,
no hay más cumbia
en los ojos de nadie,
no hay amaneceres
dispuestos a mañana,
entonces queda irse,
alejarse de los restos,
todo parece el karaoke de
un tango en un salón vacío.


Entonces acá,
en la orilla de un río
crecido y sucio,
me pregunto:

¿Qué vamos a sacar de
semejante acorde menor?
¿Qué vamos a entender
de lo que no se puede?
¿Qué vamos a perder si no
pudimos abrazar el fuego?

No sé,
siento que nunca sé,
y sin nuestra melodía
el futuro es una
quiniela perversa,
pero cuando se apaga
la musiquita invisible
mueren los supuestos,
el tiempo estalla,
el pasado pesa como
un cajón de cerveza
en una sola mano,
y caminamos rengos,
con el peso encima,
con la ilusión puesta
en una histeria inerte,
y pasan los autos
con música al palo,
pero no es nuestra
musiquita invisible,
es otra,
más real,
más insulsa,
porque la nuestra,
la musiquita invisible,
la que ilumina todo,
desapareció de a poco,
metió un fade out fatal,
se le fueron los graves,
se le fueron los medios,
se transformó en un sacudón de
agudos que nos perforó la piel,
y te la regalo,
porque cada vez que
pienso en el principio
me pregunto pavadas
que me destruyen:

¿La musiquita invisible
no sonará nunca más?
¿La musiquita invisible
es un invento del miedo?
¿La musiquita invisible
se merece y se construye?

Y nadie responde,
más vale que
nadie responde,
porque sólo me
lo pregunto a mí,
porque me da vergüenza,
porque me da impotencia,
y qué triste es ver cómo se fue
la cumbia de nuestros ojos,
una inmundicia,
me parte el alma sentir
cómo hacemos lo posible
para esquivarnos,
para no cruzarnos en recitales
de las bandas que fueron parte
de nuestra musiquita invisible,
es la poderosa melancolía del indie,
es la prematura reacción de lo sincero,
y pienso en las noches que fuimos
el amor de una generación,
pienso en el rock como forma
de conocernos y aceptarnos,
y pienso en las bufandas,
y pienso en Villa Crespo,
nuestra musiquita invisible
recorriendo barrios porteños,
el barco que se va desde
los puertos que soñamos,
y hay respeto,
y hay cariño,
y honestidad,
y admiración…

¿Y qué importa?

Nada,
ya está,
nos falta todo,
nos falta la musiquita invisible,
ella y su lealtad,
la que nos acompañó,
la que nos cuidó,
la famosa musiquita invisible,
la que siempre suena cuando ya
no quedan silencios por inventar.