A
la memoria del Gallego Pardo
Un perro mojado se revuelca en los adoquines,
mueve el hocico y estornuda.
Ya no llueve, ahora el febo le acaricia el lomo,
barro seco, pelo duro,
la demencia de ese pichicho me emociona,
su furia lúdica, la brutalidad de su infancia,
y ese intacto poder de asombro,
como si hubiese encontrado ese invisible para el pelo,
que perdiste allá lejos,
hace un ejército de noches.