Hay un pobre tipo que no tiene internet:
Entra en un ciber con olor a
pubertad y lavanda,
googlea el silencio,
tergiversa su periplo,
lee un mail,
y llora en público.
El teclado está sucio,
el mundo lleno,
y mientras se ejecuta
el epitafio descartable
de cerrar sesión,
otro hombre triste
espera su turno.
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