No lo sabe nadie,
absolutamente
nadie,
ni la literatura,
ni la música, ni la pintura,
ni el amor, ni el
tiempo, ni la muerte.
Es muy simple,
no podemos
saberlo,
estamos lejos,
como si
corriésemos detrás de una bola de fuego,
como si estuviésemos
descalzos sobre una autopista.
No lo sabe nadie,
ni la escultura,
ni la arquitectura, ni la danza,
ni el teatro, ni
el cine, ni la psicología.
Es que no
llegamos,
morimos siempre en
el intento,
no alcanzamos.
No lo sabe ni la
ciencia, ni la calle,
ni la noche, ni el
llanto, ni el invierno,
ni vos, ni yo.
Nadie es capaz de
acercarse,
de acariciar sus
lados,
ni los
intelectuales, ni los analfabetos,
ni la justicia, ni
el ego,
ni la política, ni
la fama;
porque no lo
sabemos,
porque no se
puede,
no nos sale,
no nos nace,
ni el mundo, ni el
miedo,
ni la distancia,
ni la memoria,
nadie,
ni la CIA, ni la
SIDE,
ni la sonrisa, ni
el humo,
ni el Caniggia que
se la pedía desesperado a Maradona,
ni el oficinista
que vio venir el avión desde las Torres Gemelas,
ni los lectores,
ni los escritores,
ni el tachero que
sabe cómo administrar la Nación,
ni el periodista
que escribe con faltas de ortografía,
ni los cooltos, ni
los pibes para la liberación,
ni la publicidad,
ni la fotografía, ni el stand up.
No lo sabe nadie,
ni todos los
mortales que pisaron la sede de Puan,
ni los que la
rosquean en la puerta,
ni los libros, ni
los milicos,
ni los tangueros,
ni los de anteojos.
No lo sabe nadie,
asumamos eso,
nos hará más
libres, más felices,
más mujeres, más
hombres,
no lo supieron ni
los griegos, ni los rusos,
ni los rosarinos,
ni los porteños.
En serio,
no lo sabe nadie,
ni siquiera el
silencio sabe qué carajo es la poesía.
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