Una
lágrima emerge en un parpadeo bruto
y la bandera a cuadros del tiempo flamea:
surca el
pómulo,
gorda,
cristalina,
saladísima,
atraviesa
la barba como si fuese un monte bonaerense,
de noche y
en invierno.
Un sollozo
retumba,
parece que
un misil explotó a lo lejos,
irrumpiendo
el silencio con una fuerza triste,
dejando en
el aire,
vergüenza,
rabia y soledad.
En el
abismo que hay entre la oreja y el cuello,
la lágrima
se retiene expectante,
tambalea,
grita,
llora,
ve flashes
de su vida;
pero está dispuesta
a inmolarse,
por una
causa justa.
Lo logra,
es un
pedacito de alma cayendo desde el balcón del mundo,
un
barrilete emocional a la intemperie,
un
charquito de ansiedad volando por el futuro.
Desesperada,
contempla
su final,
su razón
de ser,
hasta que,
con el
corazón en la boca,
se
desploma sobre esta sábana celeste,
donde vos
no estás,
y ahora
que lo pienso,
yo
tampoco.
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