A veces voy solo a tomar un helado
y crezco diez años en diez minutos.
Cuando vuelvo a casa,
el ruido del camión del Cliba
interrumpe el silencio el barrio
y la luna titila en la vereda.
Ni bien abro la puerta,
me agarra el tic de extrañarte:
un despelote invisible con el que,
quizás,
quién sabe,
voy a convivir para siempre.
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