Apoyada en
una silla de plástico,
concentrada
y feliz,
una nena
toma helado de chocolate.
Con mirada
inocente,
casi
triste,
un ovejero
alemán la rodea.
Ella lo
mira de reojo,
sin miedo,
frunciendo
las cejas,
alerta,
desafiante;
mientras
el sol ilumina
sus
cachetes pegoteados.
La mamá,
una piba
con tatuaje de Racing,
la observa
desde la sombra;
con un
pucho en la mano,
sonriendo
y meneando la cabeza.
El último gesto de la noche quiere huesos.
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