Abro la
puerta:
la última
vez que estuve en esta casa
fue cuando
sentimos un alivio horrible.
Me recibe
un vaho fértil,
una ráfaga
de humedad,
una banda
de silencio.
Prendo la
luz de la cocina:
cuatro
cucarachas,
en plena
niñez,
juegan;
van y
vienen como locas,
a lo largo
de la porcelana.
Sobre la
mesa,
sin
mantel,
hay un
plato con dos culos de pizza
y un
carozo de aceituna.
A su lado,
como si
fuese un manifiesto pop,
hay un
vaso de jugo medio vacío.
Siempre me gusta venir por acá.
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