Llovizna y hay viento,
son casi las nueve de
la noche,
pero con el pantalón
largo de River
y una campera con
capucha
me voy a correr al
Parque Rivadavia,
creo que lo necesito,
porque una vez me dijo
mi psicóloga
que cuando uno corre
el cuerpo genera
lo mismo que generan
los tranquilizantes,
y no sé si es tan así
pero yo entendí eso,
y como nunca tomé
tranquilizantes,
entonces me convencí y
listo,
voy a correr porque me
hace bien,
además escribo,
eso pienso mientras
corro,
que estoy escribiendo,
porque mientras avanzo
por la vereda
de Hipólito Yrigoyen
voy craneando
las obsesiones de
Yuman,
un personaje de una
novela que
todavía no escribí
pero el personaje
se va a llamar así
porque de pibito
le gustaba mucho comer
Yumi
y en el pueblo le
decían Yumi,
pero cuando terminó la
secundaria se fue a vivir
a Villa Crespo y los
mismos amigos de la infancia
le modificaron el
apodo de Yumi por Yuman,
en fin,
una pavada,
pero es una forma de
ir dándole vida
a un texto que quizás
no escriba nunca,
y cuando se me termina
Hipólito Yrigoyen
quedo a los saltitos
en el semáforo de
Avenida La Plata hasta
que se pone verde,
esa imagen me da
verguenza,
y ahí meto un pique de
suplente ansioso
y llego al parque que
está lleno de rejas,
rodeo el parque
agitado y serio,
veo que adentro no hay
nadie,
que no voy a poder
entrar,
por eso decido seguir
hasta llegar a Acoyte,
y ahí me doy cuenta
que en todos los bares
de Acoyte y Rivadavia
alguna vez esperé a alguien,
y también me acuerdo
que en el bar que está cruzando
una vez vi a una ex
con un flaco que tenía cara
de ser irónico con los
escritores del Boom,
y me acuerdo que me
subí al bondi y lloré
un montón hasta que
llegué a mi casa
y me puse a leer y me
dormí vestido,
y al otro día ya
estaba bien,
me sentí libre,
como si eso fuese una
virtud,
una pelotudez,
pero fui contento a
trabajar
y pensé en enamorarme
de vuelta,
y estuve alegre todo
el día,
pero esa misma noche
me puse triste de nuevo,
así un tiempo largo
hasta que se me pasó,
no me acuerdo bien
cómo fue,
pero ahora doblo en
Rosario y vuelvo en la misma dirección,
y doy como tres o
cuatro vueltas rodeando el parque,
hasta que miro el
celular y se me moja la pantalla
con unas mini gotas como
de un spray,
es que llovizna de
forma horizontal,
el cielo está color
jamón cocido,
hace un poco de
frío y ya voy
corriendo más de
media hora,
eso me da fuerza,
mi objetivo de hoy es
llegar
a los cuarenta y cinco
minutos,
así que ya puedo
encararar
de vuelta para el lado
de casa,
me meto por la cortada
de atrás del parque
y vuelvo a Rivadavia
donde me acuerdo otra vez
de la cara del flaco
que estaba con mi ex,
me chupa un huevo y
empiezo a pensar
en jugadas posibles de
un próximo partido,
me imagino cómo
definiría si me sale el arquero,
si amagaría o patearía
seco y cruzado,
analizo variantes,
situaciones que se
pueden dar,
una lesión,
un cansancio
insoportable,
un momento de bronca,
y donde Hipólito
Yrigoyen es uno
de los senderos que se
bifurcan
le meto pata para
llegar a casa y cumplir
con el objetivo de los
cuarenta y cinco,
y ahora hay más
silencio de barrio,
más oscuridad,
los autos pasan y
salpican,
y media cuadra antes
ya siento
el olor a porro del
pelado de barba
que está en la esquina
con remera,
pantalón de básquet y
zapatillas
paseando a un perro
grandote
que olfatea muy
desesperado,
quiere mear,
quiere cagar,
quiere cagar,
todo junto,
pienso que el pelado
de barba debe vivir solo
con el perro en un
monoamabiente hediondo
y debe mirar la NBA re
loco,
pienso eso hasta que
el olor a porro
se pierde en la noche
de Almagro y sigo
en un trote bastante
digno,
y otra vez quedo a los
saltitos
en un semáforo que
tarda
y otra vez la imagen
me da vergüenza,
así que meto otro
pique corto
cuando aparece el
color verde,
y siento que Hipólito
Yrigoyen es ancha,
siento que es muy
antigua,
no sé,
que tiene historia,
alta experiencia,
quizás porque paso por
enfrente de la iglesia Don Bosco
y a los pocos metros
veo el mural de Ceferino Namuncurá
que tiene una cara de
buen pibe infernal,
y me acuerdo que mi
abuela Pichona siempre
le rezaba para que
aprobemos todos los nietos,
es más,
todavía lo tiene ahí a
Ceferino,
en una mesada de la
cocina,
al lado de Pancho
Sierra,
y mientras me acuerdo de
mi abuela
voy a llegando a mi
casa,
me faltan dos cuadras,
pero se cumplieron los
cuarenta y cinco
una cuadra antes y
entonces paro,
camino,
respiro hondo,
estoy hecho sopa,
parece que voy
flotando
y llego hasta el
edificio
con cara de naufragio,
subo en el ascensor,
me miro al espejo,
me saco la capucha,
abro la puerta,
voy a la heladera,
tomo agua del pico,
apoyo la botella sobre
la mesa,
una piba hermosa que
lee
tirada en el sillón me
mira,
sonríe,
se para,
se acerca,
se saca los anteojos,
me da un beso corto,
me acaricia la cara
transpirada
y con otra sonrisa me
dice
qué lindo mi deportista.
qué lindo mi deportista.
Al narrar por lugares que conoce el lector hace que este se arme también su "propia aventura"
ResponderEliminarAl narrar por lugares que conoce el lector hace que este se arme también su "propia aventura"
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