Mientras cae la tarde
sobre la Ruta 8,
otra vez,
el Chevallier se rompió
en la mitad del viaje.
Cansado,
mirando la soja en la banquina,
me di cuenta que no estabas
y sentí lo mismo que los peces
cuando nacen los huracanes:
el vacío insoportable
de no saber a dónde ir,
la resignación de escapar
y que no tenga sentido,
la paranoia de asumir que
mis lágrimas no existen.
mis lágrimas no existen.
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