Hoy,
Buenos
Aires me lastima,
es como un
hermana drogadicta,
la quiero
mucho y no sé qué hacer,
sus
barrios van amortiguando dolor en las esquinas,
archivando
amor en placas madres,
desde
Núñez hasta La Boca.
Odio
sentirme enfermo en su colapso,
me muero
de angustia,
de
impotencia,
porque le
arrebataron la belleza,
y me
duele,
porque
abandonarla sería abandonarme,
sería
pedir el cambio perdiendo cuatro a cero,
pero
también sería respetarme,
usar a la
distancia para cuidarla,
quién
sabe.
Hay
domingos que me hacen un tatuaje en el alma,
días de
semana,
martes a
la siesta,
la calle
Blanco Encalada se inunda,
el agua
baja y a Belgrano le brillan los adoquines;
Chacarita
me imprime Delivery con lluvia,
leemos en
el Rodney,
comemos una
muzza en El Imperio
y
parecemos el futuro;
Palermo me
frivoliza,
me da
bronca,
se me
vuelve prosa;
Villa del
Parque es un poema,
una
cicatriz, una sonrisa;
Microcentro
me humilla,
me odia,
me oprime;
Once me da
calor,
me escribe
un cuento,
me pone
ansioso;
Saavedra
me recibe en el puente,
me abraza,
me mete una mano de callado;
Caballito
me tiene harto con Foucault,
me
convierte en algo que no soy;
Parque
Chacabuco me contiene,
me da
fernet,
me hace
sentir en Arrecifes;
Constitución
me canta las estrofas de Nico,
me vuelve
lumpen, me hace vulnerable;
Recoleta
me da miedo,
me exilia,
me derroca;
Retiro me
escribe toda la poesía que falta,
me hace
pensar cómo será nuestra casa,
me educa
la incertidumbre para siempre;
Boedo me
acaricia,
me arrulla,
y saca de
mí,
toda la
infancia que me queda.
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