Te confieso que ya no sé
qué imagen tiene el día de hoy,
será por ver todos los ayeres progresivamente.
qué imagen tiene el día de hoy,
será por ver todos los ayeres progresivamente.
Juan Diego Incardona
Hay cosas
insignificantes que me dan un poco de tristeza:
la Traffic abandonada que está sobre Av. Boedo,
llegando a Estados Unidos;
llegando a Estados Unidos;
algunos
vectores de figuras humanas en los negocios de Once;
los
archivos de Excel,
casi todos
los partidos de rugby
o la
soberbia de una vedette.
Aunque a
veces,
no sé si
es tristeza,
es una
resignación que me apabulla,
un vacío
donde me reconozco,
algo muy
parecido a la soledad.
Y ahí,
stalkeando
la memoria,
germinando
fantasmas,
es cuando comienza la pequeña muerte de los giles;
nosotros,
cobardes
legítimos,
pobrecitos,
miserables,
empezamos
a morir en masa,
perdemos
la noción del tiempo
y el ego
pierde el equilibrio,
ya no es
ni significado ni significante,
es una
institución,
una
guerra,
que nos
fanatiza,
que nos
hiere.
Entonces
se nos va la vida intentando asumir nuestras decisiones,
lo que
perdimos,
lo que nos
falta,
lo que nos
sobra,
pero ahí
están los resultados brillando en una marquesina,
la
exposición de la derrota,
el gatillo
fácil de las redes sociales,
ahí está
la realidad desnudándose sobre nuestro ombligo.
Por eso,
mal que
nos pese,
aunque
parezca que un Tyson nos surte en la pera,
nos guste
o no,
alguien
está acariciando la espalda que nosotros abrazábamos,
es más,
el llanto
que apaciguamos y todo la contención que construimos
es
pornografía amateur que nunca vamos a ver,
en
habitaciones que nunca vamos a conocer
o en las
mismas que supimos dormir en paz,
bajo una
dinámica distinta,
con otro
ritmo,
con otro
criterio,
incluso,
con otro
amor,
ni mejor
ni peor,
otro.
Así y
todo,
vale la
pena,
siempre
vale la pena,
lo que
dejamos pululando es nuestro,
es una
escalera de hormigón invisible,
de la que
subimos y bajamos solos,
como unos
enfermos,
porque el
futuro se construye a fuerza de miedos
que no se
curan jamás,
sólo se
aprende a convivir con ellos,
dar y
recibir,
transar,
fifty-fifty,
ser
cómplices de nuestra propia tragedia:
mueren
treinta civiles de mi alma,
bueno,
perfecto,
ahora
mueren treinta civiles de la tuya;
y así,
con esa
impunidad,
con la
misma lógica que se desarrollan los países,
con ese
salvajismo emocional que nos enloquece,
así,
con una
displicencia atroz,
en ese ir
y venir de lastimaduras,
en esa
terapia intensiva,
sin ni
siquiera darse cuenta,
el corazón
comienza a tomar distancia de lo heroico.
me voló el alma, querido Gabilondo, gracias!
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