En la
esquina,
frente a
la panadería,
las ruinas
de las canchas de paddle
maquillan
el barrio donde crecí.
Como una
Pompeya frívola,
lucen un
dramatismo otoñal que nos excede.
Si vieras
los escombros de las paredes naranjas,
el alambre
oxidado,
los yuyos
que crecieron en la canaletita
que está
debajo de la red,
que ahora
está amontonada de un solo costado,
toda
podrida,
como si
estuviese en alta mar,
a
principios del siglo veinte.
Parado
sobre hojas secas con forma de provincia,
apoyado en
uno de los árboles de la vereda,
miro las
ruinas de las canchas de paddle
y me veo
de la mano de mi mamá,
volviendo
de hacer los mandados en el centro,
viendo las
luces blancas a lo lejos,
escuchando
el golpe de las paletas,
el chiflido
de las zapatillas,
el festejo
corto de un treinta cero.
Un vecino
pasa en auto y baja la velocidad,
casi
frena.
Mira las
ruinas de las canchas de paddle,
me mira,
nos
miramos y nos
saludamos con una sonrisa,
levantando
las cejas.
Los dos
sabemos que esa desolación
tan bella
nos pertenece,
que la
mugre del tiempo también es nuestra,
que ahí
estuvo la sensualidad boba de lo último,
que ese futuro canchero nunca fue cierto.
que ese futuro canchero nunca fue cierto.
Escombro de los 90´s.
ResponderEliminarHermosa pincelada.
Saludos!