jueves, 27 de febrero de 2014

Oda a los stalkers

La sangre se desparrama en el cuello de cada letra,
en la sonrisa de cada foto;
y nos perdemos,
como siempre,
en la paranoia menor de nuestro tiempo.

¿Qué tengo que pensar si te trata de usted?

Interpretamos.
Nos enfermamos.
Somos la corrupción de la melancolía.

¿Dónde escondías la lucidez que nos faltaba?

Boquiabiertos,
perdemos batallas de las que no participamos,
caemos en el libertinaje absurdo de la obsesión,
llevamos las estadísticas inservibles de la histeria.

¿Cuánto tiempo hace que se conocen?

Flasheamos.
Nos torturamos.
Padecemos el trastorno compulsivo de la ausencia.

¿Por qué elegiste la ironía para sobrevivir?

Cada uno hace lo que puede,
así es la arqueología digital de los abrazos,
así son los museos de nuestro futuro,
y cuando nos arrastramos en la sal,
cuando nos tiran las Torres Gemelas del ego,
especulamos con la esperanza de lo incomprensible,
nos arrancamos los pelos,
lloramos con el velador prendido,
deducimos jeroglíficos emocionales;
porque en este mundial de culpas,
necesitamos perder en paz,
para que nadie,
nunca,
pueda explicarnos lo que no está:
el resultado final del miedo. 

martes, 25 de febrero de 2014

Remis. Las 24 horas.

Un remisero,
en una calle de tierra,
a diez kilómetros por hora,
con el brazo peludo apoyado en la ventanilla,
los ojos achinados y un pucho en la boca,
busca la dirección exacta.

En el espejo retrovisor tiene colgada
una estampita de Francisco I;
hay migas en el tapizado,
y el estéreo,
con tipografía flúo,
reproduce música electrónica.

Mientras amanece,
un perro ladra detrás de una reja,
los primeros rayos del sol acarician el capot
y las gotas de rocío brillan sobre el pasto que rodea la cuneta.

Toca bocina,
espera,
toca de vuelta,
nadie se hace cargo;
el perro ladra cada vez más fuerte,
muestra los dientes,
le pega con las patitas al alambre.

El remisero tira el pucho,
con movimientos bruscos,
mete marcha atrás,
abraza el asiento de al lado con el otro brazo peludo
y avanza rápido.

El sonido del motor es triste,
las ruedas salpican barro chirlo,
el Papa bailotea
y los ladridos se pierden en el aire.

Llega hasta la esquina,
frena,
llama a la remisería,
discute con la piba que atiende,
le dice que es una estúpida,
le corta,
golpea el volante,
putea a Jesús
y se pone a llorar.

Sin consuelo,
cree que todo le sale mal,
sólo a él.

martes, 11 de febrero de 2014

Biografía no autorizada de una lágrima


Una lágrima emerge en un parpadeo bruto
y la bandera a cuadros del tiempo flamea:
surca el pómulo,
gorda,
cristalina,
saladísima,
atraviesa la barba como si fuese un monte bonaerense,
de noche y en invierno.

Un sollozo retumba,
parece que un misil explotó a lo lejos,
irrumpiendo el silencio con una fuerza triste,
dejando en el aire,
vergüenza, rabia y soledad.

En el abismo que hay entre la oreja y el cuello,
la lágrima se retiene expectante,
tambalea,
grita,
llora,
ve flashes de su vida;
pero está dispuesta a inmolarse,
por una causa justa.

Lo logra,
es un pedacito de alma cayendo desde el balcón del mundo,
un barrilete emocional a la intemperie,
un charquito de ansiedad volando por el futuro.

Desesperada,
contempla su final,
su razón de ser,
hasta que,
con el corazón en la boca,
se desploma sobre esta sábana celeste,
donde vos no estás,
y ahora que lo pienso,
yo tampoco.



jueves, 6 de febrero de 2014

Heroico

Estar desnudos,
y abrazados,
haciendo pogo en cámara lenta
con la Marcha de San Lorenzo:
sonriendo,
con los ojos llenos de lágrimas,
los puños en alto y la mirada en el cielo,
a orillas del río,
sin distancia ni Blackberry,
sólo el barro y las pequeñas olas,
en una tarde nublada,
a mediados del Siglo XV,
antes de la llegada del idioma y los almanaques.

Tal vez,
eso es el amor cuando coincide con el tiempo,
cuando el pasado, el presente y el futuro,
sólo son tres opciones,
de verdad.

lunes, 3 de febrero de 2014

Tocar fondo

Tocar fondo es tener la sensación
de estar cayendo todo el tiempo,
en silencio,
paulatinamente,
como el rocío de agosto sobre
el parabrisas de un Renault 12.

Tocar fondo es no tener fuerza para leer,
ni para gritar un gol,
ni para perder,
ni para ser egoísta.

Tocar fondo es empezar mal,
es llorar en el bondi y que
ni siquiera te de vergüenza;
es abandonar,
en todo sentido.

Tocar fondo es el cinismo de la tristeza,
es ser alérgico a las contradicciones,
es tener miedo a ser un héroe.

Tocar fondo es un verbo infinitivo
seguido de un lugar incierto,
precisamente:
el infinito.

Tocar fondo es saber que la incertidumbre
no se le desea a nadie. 

jueves, 23 de enero de 2014

Cuando llueva ceniza


Aman estar angustiados en el balcón del purgatorio,
pero no se tiran nunca.
Sueñan con ser los capitanes del barco que se salva,
pero no tienen los huevos.
Creen que en su velorio todos recordarán su moral,
pero sólo les importa el momento.

Son los que confunden amor con paranoia,
abrazos con lobby,
fuerza con ceguera,
y lo hacen con intención,
sabiendo que lastima,
que arde,
que revienta,
aunque también lo hacen con ignorancia,
con pose,
con desesperación,
con el mismo morbo que se inventó la matemática.

Y así se pudre,
el olor a rancio de los culos propios
se desparrama por la galaxia,
se fermenta con el aliento de los dioses
que sólo hacen milagros exclusivos,
los más carismáticos,
los más inteligentes,
que ambiciosos,
enfermos por el cáncer del aplauso,
se olvidan que,
cuando el ruido venga de cerca,
cuando hagamos fondo blanco de lava,
cuando llueva ceniza,
nos vamos a ver la jeta,
van a ver.

jueves, 2 de enero de 2014

La pequeña muerte de los giles


Te confieso que ya no sé
qué imagen tiene el día de hoy,
será por ver todos los ayeres progresivamente.

Juan Diego Incardona



Hay cosas insignificantes que me dan un poco de tristeza:
la Traffic abandonada que está sobre Av. Boedo,
llegando a Estados Unidos;
algunos vectores de figuras humanas en los negocios de Once;
los archivos de Excel,
casi todos los partidos de rugby
o la soberbia de una vedette.
Aunque a veces,
no sé si es tristeza,
es una resignación que me apabulla,
un vacío donde me reconozco,
algo muy parecido a la soledad.
Y ahí,
stalkeando la memoria,
germinando fantasmas,
es cuando comienza la pequeña muerte de los giles;
nosotros,
cobardes legítimos,
pobrecitos,
miserables,
empezamos a morir en masa,
perdemos la noción del tiempo
y el ego pierde el equilibrio,
ya no es ni significado ni significante,
es una institución,
una guerra,
que nos fanatiza,
que nos hiere.
Entonces se nos va la vida intentando asumir nuestras decisiones,
lo que perdimos,
lo que nos falta,
lo que nos sobra,
pero ahí están los resultados brillando en una marquesina,
la exposición de la derrota,
el gatillo fácil de las redes sociales,
ahí está la realidad desnudándose sobre nuestro ombligo.
Por eso,
mal que nos pese,
aunque parezca que un Tyson nos surte en la pera,
nos guste o no,
alguien está acariciando la espalda que nosotros abrazábamos,
es más,
el llanto que apaciguamos y todo la contención que construimos
es pornografía amateur que nunca vamos a ver,
en habitaciones que nunca vamos a conocer
o en las mismas que supimos dormir en paz,
bajo una dinámica distinta,
con otro ritmo,
con otro criterio,
incluso,
con otro amor,
ni mejor ni peor,
otro.
Así y todo,
vale la pena,
siempre vale la pena,
lo que dejamos pululando es nuestro,
es una escalera de hormigón invisible,
de la que subimos y bajamos solos,
como unos enfermos,
porque el futuro se construye a fuerza de miedos
que no se curan jamás,
sólo se aprende a convivir con ellos,
dar y recibir,
transar,
fifty-fifty,
ser cómplices de nuestra propia tragedia:
mueren treinta civiles de mi alma,
bueno,
perfecto,
ahora mueren treinta civiles de la tuya;
y así,
con esa impunidad,
con la misma lógica que se desarrollan los países,
con ese salvajismo emocional que nos enloquece,
así,
con una displicencia atroz,
en ese ir y venir de lastimaduras,
en esa terapia intensiva,
sin ni siquiera darse cuenta,
el corazón comienza a tomar distancia de lo heroico.