jueves, 28 de febrero de 2013

Un silencio zaparrastroso


A Manuel, el sobrino del Tano.



No sé para qué mierda te amo
en cantidades industriales,
si después a mi corazón lo vende
un nene descalzo en el subte;
desidia organizada,
mi pecho es la fosa oscura
del mecánico que arregla tu llanto
y mi patio sigue lleno de ortigas,
me arde la demora,
novela de carne,
me duelen los relojes;
ahí estás,
otra vez,
te estoy viendo,
te seguís olvidando de tomar la pastilla;
pero ahora te queda un silencio zaparrastroso,
nadie protesta,
nadie se acuerda,
sólo yo cuando tengo frío,
pero ya me fui,
no existo,
tirito en cincuenta cuadros,
subo otros ascensores,
soy un sábado nublado,
una cancha embarrada de la D,
un barrabrava muerto;
ojalá algún día puedas volver a mirarme,
en los ojos tengo un pretexto,
una consigna,
busco la paciencia que perdimos
en la prosa enferma de los mails,
y ahí me quedo,
balbuceando en el ardid de tus escrúpulos,
en este sillón-cama que nunca tuvo resortes,
como tu tacto.

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