jueves, 27 de febrero de 2014

Oda a los stalkers

La sangre se desparrama en el cuello de cada letra,
en la sonrisa de cada foto;
y nos perdemos,
como siempre,
en la paranoia menor de nuestro tiempo.

¿Qué tengo que pensar si te trata de usted?

Interpretamos.
Nos enfermamos.
Somos la corrupción de la melancolía.

¿Dónde escondías la lucidez que nos faltaba?

Boquiabiertos,
perdemos batallas de las que no participamos,
caemos en el libertinaje absurdo de la obsesión,
llevamos las estadísticas inservibles de la histeria.

¿Cuánto tiempo hace que se conocen?

Flasheamos.
Nos torturamos.
Padecemos el trastorno compulsivo de la ausencia.

¿Por qué elegiste la ironía para sobrevivir?

Cada uno hace lo que puede,
así es la arqueología digital de los abrazos,
así son los museos de nuestro futuro,
y cuando nos arrastramos en la sal,
cuando nos tiran las Torres Gemelas del ego,
especulamos con la esperanza de lo incomprensible,
nos arrancamos los pelos,
lloramos con el velador prendido,
deducimos jeroglíficos emocionales;
porque en este mundial de culpas,
necesitamos perder en paz,
para que nadie,
nunca,
pueda explicarnos lo que no está:
el resultado final del miedo. 

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