martes, 24 de mayo de 2011

Seventy Five

El viernes muere despacio,
es un delay de pozo ciego,
viajo solo en el 75
desde Boedo a Retiro,
mi cabeza mete corcheas
contra la ventanilla
y pienso que somos
una máquina de esperar;
me aburro,
reviso el pasaje,
las plataformas
para Arrecifes y Rosario
suelen ser las mismas,
de la 24 a la 36,
OK,
mi viejo siempre contesta así
todos los mensajes de texto,
sino me llama,
y me habla de mi hermana
o de River,
semáforo,
malabares punk,
pienso que se quemó
la lamparita del baño,
que la distancia es un
secuestro sin prensa,
una escena lenta de un
corto sin presupuesto,
que perdí el papelito
para ir a buscar la ropa,
que La Plata queda cerca
pero no la conozco,
no hay nada que me lleve,
qué se yo,
solo algunos poemas de Fiebelkorn
o canciones de Moretti;
¡ojo!,
coincido,
el tiempo es insoportable,
a mí también me tiene podrido,
antropologuitos mirándote las piernas,
kirchnerismo,
besos,
fotos en Europa,
paciencia,
ojos negros,
Nino Bravo en YouTube,
comprate una guitarra,
cuidala,
metela siempre en la funda,
haceme caso,
odiame para la hinchada,
puteame por protocolo,
pero en serio,
las canciones de tres acordes
nos cambian la vida,
espero que te acuerdes siempre,
como yo,
el amanecer a la orilla del río
y el sol que nos lleva lejos,
nos aturde,
como los frenos de este armatoste,
triste, cansado,
que avanza bajo la noche de San Cristobal,
imponente,
y sigo solo,
brazos cruzados,
el chofer mueve las cejas
en el corazón del espejo,
pasan los bares peruanos,
la periferia de Miserere
y el abismo de la 9 de julio;
solísimo,
el bondi es todo mío,
puedo hacer la vertical,
flexiones de brazos o
meter un pique corto…
me quedo sentado,
recién en Plaza San Martín
una mujer vestida de negro
tiene frio en la parada;
sube,
murmura: uno veinte,
arruga el boleto,
se sienta,
y en un abrir y cerrar de mundos,
el silencio nos explota en la cara,
como una piñata llena de ausencia.

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