martes, 25 de febrero de 2014

Remis. Las 24 horas.

Un remisero,
en una calle de tierra,
a diez kilómetros por hora,
con el brazo peludo apoyado en la ventanilla,
los ojos achinados y un pucho en la boca,
busca la dirección exacta.

En el espejo retrovisor tiene colgada
una estampita de Francisco I;
hay migas en el tapizado,
y el estéreo,
con tipografía flúo,
reproduce música electrónica.

Mientras amanece,
un perro ladra detrás de una reja,
los primeros rayos del sol acarician el capot
y las gotas de rocío brillan sobre el pasto que rodea la cuneta.

Toca bocina,
espera,
toca de vuelta,
nadie se hace cargo;
el perro ladra cada vez más fuerte,
muestra los dientes,
le pega con las patitas al alambre.

El remisero tira el pucho,
con movimientos bruscos,
mete marcha atrás,
abraza el asiento de al lado con el otro brazo peludo
y avanza rápido.

El sonido del motor es triste,
las ruedas salpican barro chirlo,
el Papa bailotea
y los ladridos se pierden en el aire.

Llega hasta la esquina,
frena,
llama a la remisería,
discute con la piba que atiende,
le dice que es una estúpida,
le corta,
golpea el volante,
putea a Jesús
y se pone a llorar.

Sin consuelo,
cree que todo le sale mal,
sólo a él.

2 comentarios:

  1. Lo bueno q tiene leer es q t imaginas cada cosa q lees. Imposible no ir haciéndose una imagen mental! Y tan ciertooo lo q escribiste, tan cotidiano... Muy bueno! =)

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  2. Me encantás, sabelo. Encontraste un poema en una esquina! Te vi en una nota del diario mú, así que ahora habiendo visto lo que escribis, ya lo compartí en un movimiento urgente y compulsivo ajajajaj
    a falta de palabras para el elogio simplemente te voy a caminar todo el blog, saludos sr cualquiera!

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