martes, 6 de mayo de 2014

Ruta 51


Está amaneciendo,
el sol se asoma redondísimo entre las nubes bonaerenses,
y yo voy acurrucado arriba de una combi,
por una ruta provincial llena de pozos.

Todo a mi alrededor es un desierto de soja;
ese petróleo gaucho que nos mantiene vivos,
pero nos prefiere muertos;
ese alter ego de la democracia.

Los camiones viejos que vienen de frente zigzaguean,
sus bocinas son alaridos,
parecen dinosaurios con rabia,
heridos en la cola.

El chofer de la combi mete maniobra tras maniobra,
maneja sobre un asfalto de posguerra,
y encima,
por el espejo retrovisor veo su mirada cansada:
tiene gestos de preocupación y tristeza,
como a punto de ser eliminado otra vez por Alemania,
lleva los ojos hinchados,
como un nene cuando mira dibujitos,
antes de dormirse.

Me falta el aire,
siento terror,
siento bronca,
siento que en cualquier momento nos convertimos
en una pelota playera de chapa;
pero respiro hondo,
miro al sol iluminando los eucaliptus,
y me la banco,
porque es el abecé,
del amor y la distancia.

2 comentarios: